Sergio Urribarri: en busca de la herencia más preciada

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* Por Gabriel Sued

El gobernador de Entre Ríos, candidato a senador suplente, aspira a un triunfo arrasador para ganar un lugar en la carrera por la sucesión de la Presidenta Echa una mirada rápida a las tres opciones que le exhibe “Sergito”, su secretario, y enseguida dice que no con la cabeza. Después de una gira extenuante, que lo llevó por cuatro pueblos del interior de la provincia, Sergio Urribarri viaja en helicóptero de regreso a Paraná, desde donde partirá de urgencia hacia la Casa Rosada.

Urribarri y su proyección nacional

Urribarri y su proyección nacional

Antes de abordar la nave, descargó en “Lili”, su directora de Subsidios, las decenas de cartas que le dieron los vecinos y le recordó a “Jano”, su fotógrafo, que subiera a Facebook las fotos de la recorrida. Pero le queda una cuestión por resolver. Entonces se calza los auriculares y el micrófono que usan para comunicarse dentro de la cabina y da la última indicación del día: “Pedile a la Negra que me lleve una corbata al aeropuerto -le dice a Sergito, que todavía le ofrece, con el brazo extendido, las tres que tenía guardadas para una emergencia como ésta-. Ésas son anchas y yo uso de las finitas”. Cuando restan sólo días para las elecciones, el gobernador de Entre Ríos no se permite descuidar ni el más mínimo detalle. Busca superar el triunfo claro que obtuvo en las PASO y transformarlo en una victoria arrasadora. Es su única chance para posicionarse en una carrera en la que todavía no tiene un lugar asegurado: la carrera por suceder a Cristina Kirchner. Con ese objetivo, se puso al frente de la campaña y hasta encontró un truco para colar su nombre en la boleta: es candidato suplente a senador. Cuenta con el respaldo del gobierno nacional, que lo auxilia con obras y visitas frecuentes de funcionarios. Sin posibilidad de una nueva reelección y atado a la suerte de la Presidenta, Urribarri hace su parte, con el arrojo y el optimismo de los jugadores audaces. Es la expresión de una de las tres herencias que marcan su vida política. La Negra cumple con el pedido que le transmite Sergito y, minutos antes de las 19, el gobernador entra en la Casa Rosada con una corbata gris, bien finita, como las que se usan ahora. Lo compruebo una hora después cuando, desde Paraná, veo por televisión que escolta al canciller Héctor Timerman en una denuncia contra la ex Botnia. La Negra es Analía Aguilera, la esposa de Urribarri desde hace 33 años y la madre de sus cinco hijos, todos varones. El viaje relámpago a Buenos Aires es una estación improvisada en una semana con ritmo vertiginoso. La Marca Personal empieza con un primer vuelo en helicóptero, el medio preferido de Urribarri para moverse en la provincia. Usa dos, pero el más grande se lo prestó a Amado Boudou, para una visita a Córdoba. Es la primera vez que veo en acción al “Pato”. Ese apodo, producto de la leve “chuequera” de sus piernas, es uno de los pocos datos que conoce el gran público de este gobernador, un dirigente que salió de la nada y se empecina en volar alto. Nació y vivió hasta los 18 años en Arroyo Barú, un pueblo rural de 300 habitantes. Se crió en la estación de trenes, de la que su padre era encargado. No tenía luz eléctrica y el único baño estaba en un cuartito fuera de la casa, del otro lado de un patio. Hoy, con 55 años y más de 25 de carrera, no se conforma con ser el hombre más poderoso de la provincia. Ese perfil de pueblerino que llegó a la cima, esa combinación de trato campechano y look sofisticado, es lo primero que descubro cuando sobrevolamos Aldea Brasilera, un pueblo de 1500 habitantes, adonde va a inaugurar un colegio. “¡No, boludo, mirá qué linda quedó la escuela!”, señala desde el aire. Por la manga de su traje azul Armani, de pantalones achupinados, asoma un reloj deportivo. Es un Tudor, la segunda marca de Rolex. “Mirá lo que es el pueblo y mirá lo que es la escuela”, insiste. El edificio ocupa toda una manzana y se destaca entre un puñado de casas bajas. Desde el cielo, el pueblo parece una mancha gris en el tapiz de verdes que forman las distintas siembras de los campos circundantes. Apenas baja del helicóptero, El Pato sube a uno de los autos oficiales. El vehículo debe bajar la velocidad unos metros adelante, cuando se cruza con una caravana de seis coches. La encabeza un camión de bomberos y la cierra una ambulancia. De pronto, el gobernador se baja del auto y de un salto se sube en el estribo de la autobomba, que avanza por las calles de tierra haciendo sonar su sirena. “¿Qué le vamos a hacer? Es el gobernador que tenemos. Le encanta el bochinche”, me comenta resignado Sebastián, uno de sus secretarios, que corre para alcanzar a su jefe. Lo sigo como puedo. Esa mañana, Urribarri hizo 200 abdominales, 100 lagartijas y 50 minutos de bicicleta. No hay día en que no tome Total Magnesiano. En pocos segundos, el pueblo se convulsiona. Los vecinos se asoman a la puerta para saludar el paso del Pato. En las escalinatas de la escuela lo esperan unas 200 personas. Antes del acto, el gobernador se mezcla entre la gente y empieza una rutina que se repetirá en cada lugar que visitamos. Es la rutina de las mil fotos. ”¡Ooooh, queridoooo! ¿Cómo te va, tanto tiempo?”, dice, a los gritos, y se abraza fuerte con un hombre de barba que lo felicita por el nacimiento reciente de Renata, su cuarto nieto. El primer flash opera como una señal de largada para el resto de los vecinos, que se lanza a una batalla cuerpo a cuerpo para fotografiarse con el gobernador. Él se inclina hacia un costado para posar cabeza con cabeza con una anciana que asegura tener 90 años. “Ni una cana”, la carga él, agarrándole un mechón del pelo, de un chocolate recién pintado. Casi sin moverse del lugar, se pone en cuclillas y hace trompita con la boca para la foto con un grupo de chicos. Gira sobre su eje y alza los codos para abrazar a dos maestras, de guardapolvo blanco. Parece flotar encantado en ese mar de gente. Pero siempre está atento al lente de Jano Colcerniani, infaltable en las recorridas. Con un peinado roquero y desprolijo que lo asemeja al ex árbitro de fútbol Luis Oliveto, el fotógrafo dispara sin pausa y aporta sin quererlo cierto orden a la correntada. Al final del día sube todas las fotos a Facebook. El elenco estable de la comitiva lo completan Sergito Cornejo, que se las arregla para que al gobernador nunca le falte un mate; Lili Rodríguez, dotada de una carpeta con funda de cuero donde registra todos los pedidos, y el equipo de prensa de la gobernación. De regreso al helicóptero, Urribarri, que había llegado prolijísimo, luce por primera vez desaliñado. No se hace cargo de su gusto por la ropa de marca. “Me compra todo La Negra”, me dice.