Sobre diferentes usos del concepto de capital: hacia una universidad inclusiva

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*Por Angelina Uzín Olleros

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Circula en redes sociales un flyer que dice: “Nunca discutas con alguien que tiene un televisor más grande que su biblioteca”, analicemos esta afirmación.

Si nos retrotraemos unas cuantas décadas atrás podemos advertir al menos dos cuestiones, a comienzos del siglo XX pocas familias contaban con una biblioteca en su casa, incluso quienes podían acceder a estudios superiores eran en su gran mayoría varones de clase alta, las mujeres que lograban destacarse en letras o alguna actividad cultural de la época comentaban que en su casa había libros que le permitieron acceder a una buena educación.

Por otra parte, también eran pocas familias las que tenían televisores en su casa en la década de 1960, era frecuente que se reunieran a ver alguna programación destacada en lugares donde había un televisor y luego se repetía ése fenómeno con la televisión a color, en cuanto al número de personas que podían ver un Mundial que no fuese en blanco y negro o una carrera de Fórmula 1 tan populares por entonces.

Esta breve introducción motiva a pensar el tiempo presente cuando la posibilidad de armar una biblioteca es posible para la gran mayoría de las personas, de las escuelas o instituciones en general; también es cierto que casi todos tienen un televisor en su casa y me atrevo a decir que todos y todas tenemos un celular.

El acceso a la información y al conocimiento en general está hoy más que nunca al alcance de la mano. Sin embargo, la inteligencia artificial facilita y al mismo tiempo dificulta esa experiencia, no sabemos si lo que expresan las redes en su multiplicidad de dispositivos es verdad, y la velocidad temporal con la que surgen nuevas tecnologías logran complicar aún más las contradicciones y los malentendidos de nuestro mundo simbólico.

Lo simbólico es, en definitiva, la palabra y como afirmaba Ernest Cassirer los seres humanos somos “animales simbólicos”. Conversamos, discutimos, declaramos nuestros sentimientos, argumentamos, damos razones incluso a la sinrazón, todo eso y más es el “capital simbólico” que supimos conseguir tanto en el terreno individual como en el social.

La escuela y la universidad pública son invenciones políticas de la Modernidad (siglos XVII y XVIII), la ruptura que realizaron tuvo que ver con la fuerte convicción de la necesidad de llegar a todos los seres humanos, a diferencia de la época anterior en la que solamente los que recibían educación formal eran parte de la nobleza o de la sociedad feudal (incluso de la alta burguesía a comienzos de ese tiempo moderno).

Considerar a la educación un derecho humano, otra herencia moderna, significa comprender que es inherente a la naturaleza humana, que nos pertenece sin necesidad de que ninguna autoridad externa a nosotros nos la otorgue; y más aún: nadie puede quitarnos la posibilidad de educarnos a nosotros mismos y a las generaciones que vienen, porque es parte de nuestro mundo interno que al acceder a la educación es fiel a su propia condición.

Negar, desde el Estado, esa inclusión, ese acceso al mundo simbólico, es de “lesa humanidad”, lesiona nuestro fuero íntimo y nuestra naturaleza social, política, racional y emocional que nos hace humanos. Cuando la educación, desde las denominadas “políticas neoliberales” se considera una parte más del mercado, entonces es un capital liso y llano que se encuentra en mercancías que se venden y se compran, aparta entonces de su trayectoria auténtica al acto de aprender, enseñar, transmitir; incluso crea un falso imaginario: que quienes tienen poder adquisitivo suficiente “están salvados” atendiendo a su educación y a los que son considerados derechos básicos (salud, vivienda, trabajo en condiciones dignas).

El programa educativo que en Argentina y en América Latina se desplegó en el siglo XIX, creó escuelas y también universidades públicas, donde lo público y lo privado era y debe ser una instancia política; si el Mercado aplasta la política, lo público y lo privado queda reducido a meras cuestiones individuales que se expresan en muchas categorías de análisis que van desde definir la actualidad como «modernidad líquida», «posverdad», «repliegues narcisistas», etc. Cada uno de nosotros y nosotras toma decisiones, todo el tiempo, eso es parte de la vida y hace a los dilemas morales que se nos presentan continuamente.

Todas nuestras instituciones (incluida la familia) están organizadas en el Estado de Derecho, nuestra democracia es representativa y también deliberativa, pregunto ¿podemos deliberar sin educación? ¿es posible decidir sin educación? ¿existe la democracia sin educación? La manera en que accedemos hoy a los conocimientos es muy diversa, hay efectivamente casas en las que no encontramos ni un solo libro y muchos televisores, tablets, celulares, computadoras… podemos ingresar a sitios de búsqueda de información, escuchar audios de libros o de discursos en general, entrevistas a científicos o intelectuales, podemos ver documentales, es casi infinita la gama de posibilidades de acceso a la información.

Pero la presencia real de diferentes niveles de conocimiento que ofrece la escuela y la universidad es nadar en profundidades que pocas veces podemos hallar en las redes.Nos quejamos, y mucho, cuando legisladores o legisladoras no saben conjugar verbos o insultan a otros y otras integrantes del Parlamento, cuando una ciudadana accede a una banca con todo derecho, pero reprochamos que no ha terminado el secundario.

Nos disgusta mucho que altas autoridades de los Poderes Ejecutivo o Judicial no sepan hablar en público o hablar sin leer, mucho más grave que alguien que gobierna los destinos del país insulte a diestra y siniestra a diferentes sectores de nuestra sociedad. Una de las tantas contradicciones a los que nos vemos expuestos y expuestas.

Las universidades deben permanecer abiertas, sostenidas desde el derecho a la educación, amparadas por el Estado, esta debe ser una prioridad; un año, dos años, tres… a los que alguien pudo estudiar en una carrera universitaria nos cambia la vida: no como individuos, sino como comunidad.

Negar esa posibilidad es negar el capital intelectual, el capital social, simbólico, emocional que nos hace humanos; estos problemas y estas circunstancias deben movernos a la reflexión, a recuperar la palabra, al amor al prójimo, a la protección de los sectores vulnerables.

Nuestras vidas no son un flyer, una frase de autoayuda atribuida a Sócrates o un falso poema que lleva la firma de Borges.

El poder y el saber deben circular, deben trascendernos, mi propuesta como ciudadana y como docente siempre ha sido y continúa siendo abrir los claustros y mirar más allá de nuestro pequeño campo visual.

Como parte de esta sociedad trabajo para que aprendamos a pensar, a hablar, a recuperarnos en nuestra humanidad. Poco saben del esfuerzo de nuestras universidades quienes no han transitado por el ella, y hay mucha ingratitud de quienes hoy practican una profesión gracias a la universidad pública. Tal vez quienes quieren encerrarnos en algún claustro le tienen miedo a la verdadera libertad. Y la libertad no es de mercado, es ética y política.

 

(*) Doctora en Ciencias Sociales UNER.

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