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Llegó a María Grande un 24 de Noviembre de 1994. Se vino solo y con un bolsito, dejando a su esposa y tres hijos en su Seguí natal pues los números no daban para bancar un alquiler acá. El recuerdo de aquel día permanece fresco porque debutar como chofer de San Vicente significó la realización de un anhelo personal pero también el comienzo de una vida mejor para todos. Bolzán (que se llama Eduardo Ramón), vivió el primer año en los galpones de la empresa, donde había una pieza con baño -su familia se mudaría al pueblo recién en el `96- y fue cliente preferencial, en ese lapso, del Bar del “Gordo” Flores cuyo variado menú iba de las milanesas con papas fritas un día, a las papas fritas con milanesas la jornada siguiente y así sucesivamente… eso sí, ¡riquísimo todo!.

Bolzán, una vida detrás del volante
En los veintiún años que trabajó en San Vicente siempre le tocó madrugar cubriendo la tradicional frecuencia de las 4:00 AM por Cerrito o la de las 6:15 por Ruta 10. Legiones de docentes, policías, miles de estudiantes -desde que empezaron sus estudios y hasta que desertaron o se recibieron- y trabajadores de todas las ramas, viajaron con él pilas de años o al menos, una vez en la vida, seguro lo hicieron. Algunos de estos viajeros, incluso, tuvieron el alto privilegio de convertirse en sus Cebadores Oficiales de Mate.

Trabajó en San Vicente hasta su jubilación
Pero la profesión del colectivero presenta sus peligros y pruebas duras, como esa ocasión en la cual, a la altura de Villa Urquiza, advirtió con desconfianza la presencia de un viejo rastrojero al costado de la ruta que sin dar señales se mandó como si nada. Era un sábado por la tarde y el cole venía lleno. En una milésima de segundo Bolzán debió tomar una decisión imposible para cualquiera: tirar el ómnibus a la banquina -con un profundo desnivel- para evitar el choque pero con el riesgo de volcar el colectivo o, llevarse puesto al camioncito. Las consecuencias podían ser fatales en ambos casos pero su mandato por excelencia era salvar a sus pasajeros. Tras el fuerte impacto… el miedo, los gritos y luego, la calma. El rastrojero se partió en tres; la cabina por un lado, la carrocería más allá y como a diez metros de ésta el motor del vehículo junto al imprudente conductor desparramado sobre el asfalto con apenas una quebradura de talón. La sacaron barata. El accidentado infractor, tuvo luego que viajar a Paraná durante un tiempo para recibir las curaciones en el hospital y debió hacerlo justo en el horario de Bolzán! Sin rencores, y sin esquivar la charla, los dos hombres compartieron el pasaje unidos por ésta gris anécdota rutera de final feliz.
Más divertido aunque con sus buenas dosis de dramatismo, es el cuento de la pasajera que por poco se desgració en pleno viaje nocturno pero por respeto al pudor (de la pobre señora) omitiremos los pormenores de tal anécdota…
Ligado al traslado de personas y cosas desde muy joven, Eduardo supo trabajar en una distribuidora, lo que le permitió conocer muchos lugares de la provincia. Años después fue parte de otra emblemática compañía de la región, la empresa seguiense de transporte de pasajeros “Guadalupe”, donde prestaba servicio cuando se trasladó a María Grande. Por ese entonces el salario no alcanzaba y para hacer frente a la crotera, Bolzán se las rebuscaba fabricando escobas de palma que él mismo salía a vender.
Pasó a integrar la estirpe de colectiveros de San Vicente tras el retiro de un histórico chofer de la firma, Don Mono García, y se quedó en ella hasta su jubilación en 2015. Casi como siguiendo un ritual, no hubo noche en que no celebrase regresar sano y salvo con un aperitivo en la clásica esquina del “Mucho Gusto”. Valora la estupenda relación laboral y personal cultivada con las tres generaciones de directivos de la empresa, a quienes estima, respeta y agradece por las décadas de trabajo y progreso. De carácter bonachón y más tranquilo que agua de tanque, recibe el saludo cordial de muchísima gente que lo recuerda por haberlo visto junto al volante del colectivo tantas veces, infinitas madrugadas… al fin y al cabo, ¿Quién no viajó con Bolzán alguna vez?. (Fuente: Postales Mariagrandenses)
Bolzán, una vida detrás del volante
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Llegó a María Grande un 24 de Noviembre de 1994. Se vino solo y con un bolsito, dejando a su esposa y tres hijos en su Seguí natal pues los números no daban para bancar un alquiler acá. El recuerdo de aquel día permanece fresco porque debutar como chofer de San Vicente significó la realización de un anhelo personal pero también el comienzo de una vida mejor para todos. Bolzán (que se llama Eduardo Ramón), vivió el primer año en los galpones de la empresa, donde había una pieza con baño -su familia se mudaría al pueblo recién en el `96- y fue cliente preferencial, en ese lapso, del Bar del “Gordo” Flores cuyo variado menú iba de las milanesas con papas fritas un día, a las papas fritas con milanesas la jornada siguiente y así sucesivamente… eso sí, ¡riquísimo todo!.
Bolzán, una vida detrás del volante
En los veintiún años que trabajó en San Vicente siempre le tocó madrugar cubriendo la tradicional frecuencia de las 4:00 AM por Cerrito o la de las 6:15 por Ruta 10. Legiones de docentes, policías, miles de estudiantes -desde que empezaron sus estudios y hasta que desertaron o se recibieron- y trabajadores de todas las ramas, viajaron con él pilas de años o al menos, una vez en la vida, seguro lo hicieron. Algunos de estos viajeros, incluso, tuvieron el alto privilegio de convertirse en sus Cebadores Oficiales de Mate.
Trabajó en San Vicente hasta su jubilación
Pero la profesión del colectivero presenta sus peligros y pruebas duras, como esa ocasión en la cual, a la altura de Villa Urquiza, advirtió con desconfianza la presencia de un viejo rastrojero al costado de la ruta que sin dar señales se mandó como si nada. Era un sábado por la tarde y el cole venía lleno. En una milésima de segundo Bolzán debió tomar una decisión imposible para cualquiera: tirar el ómnibus a la banquina -con un profundo desnivel- para evitar el choque pero con el riesgo de volcar el colectivo o, llevarse puesto al camioncito. Las consecuencias podían ser fatales en ambos casos pero su mandato por excelencia era salvar a sus pasajeros. Tras el fuerte impacto… el miedo, los gritos y luego, la calma. El rastrojero se partió en tres; la cabina por un lado, la carrocería más allá y como a diez metros de ésta el motor del vehículo junto al imprudente conductor desparramado sobre el asfalto con apenas una quebradura de talón. La sacaron barata. El accidentado infractor, tuvo luego que viajar a Paraná durante un tiempo para recibir las curaciones en el hospital y debió hacerlo justo en el horario de Bolzán! Sin rencores, y sin esquivar la charla, los dos hombres compartieron el pasaje unidos por ésta gris anécdota rutera de final feliz.
Más divertido aunque con sus buenas dosis de dramatismo, es el cuento de la pasajera que por poco se desgració en pleno viaje nocturno pero por respeto al pudor (de la pobre señora) omitiremos los pormenores de tal anécdota…
Ligado al traslado de personas y cosas desde muy joven, Eduardo supo trabajar en una distribuidora, lo que le permitió conocer muchos lugares de la provincia. Años después fue parte de otra emblemática compañía de la región, la empresa seguiense de transporte de pasajeros “Guadalupe”, donde prestaba servicio cuando se trasladó a María Grande. Por ese entonces el salario no alcanzaba y para hacer frente a la crotera, Bolzán se las rebuscaba fabricando escobas de palma que él mismo salía a vender.
Pasó a integrar la estirpe de colectiveros de San Vicente tras el retiro de un histórico chofer de la firma, Don Mono García, y se quedó en ella hasta su jubilación en 2015. Casi como siguiendo un ritual, no hubo noche en que no celebrase regresar sano y salvo con un aperitivo en la clásica esquina del “Mucho Gusto”. Valora la estupenda relación laboral y personal cultivada con las tres generaciones de directivos de la empresa, a quienes estima, respeta y agradece por las décadas de trabajo y progreso. De carácter bonachón y más tranquilo que agua de tanque, recibe el saludo cordial de muchísima gente que lo recuerda por haberlo visto junto al volante del colectivo tantas veces, infinitas madrugadas… al fin y al cabo, ¿Quién no viajó con Bolzán alguna vez?. (Fuente: Postales Mariagrandenses)