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*Por Francisco Uranga

Parecía que Marciano Martínez iba a estar para siempre. No recuerdo la primera vez que escuché hablar de él, porque fue antes de que tuviera memoria. Hoy se fue y es extraño aceptarlo.
Marciano era famoso en Entre Ríos como referente jurídico, pero tuvo una trayectoria política larga y comprometida con el desarrollo de la provincia. Diría que, con él, se fue el último desarrollista entrerriano. Al menos el último gran dirigente de esa generación, cuando el desarrollismo tuvo peso político propio y una visión clara para el país.
Marciano se convirtió en la encarnación entrerriana del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), el partido fundado por Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio tras el golpe de estado que los derrocó. El partido se quebró en los setentas, cuando mi abuelo Raúl Uranga y el santafesino Carlos Sylvestre Begnis renunciaron y crearon un nuevo espacio político, el Movimiento Línea Popular (MOLIPO). Marciano se quedó en el MID y fue su sostén en las décadas siguientes, cuando esas ideas perdieron fuerza y el partido se diluyó hasta casi desaparecer.
Hablar con Marciano era un encuentro con la historia política entrerriana, de la que fue protagonista y testigo. Y que él contaba con talento y carisma. Marciano publicó libros de derecho, pero también escribía cuentos, artículos y anécdotas con una gracia especial. Había comenzado a los 15 años como redactor en El Diario de Paraná, que en ese momento era dirigido por Arturo Etchevehere. Era un diario que Marciano describía como casi un comité de la Intransigencia, la línea interna de la Unión Cívica Radical alineada con Arturo Frondizi.
Durante el gobierno de facto de Ricardo Favre, Marciano Martínez fue ministro de Bienestar Social y Educación de Entre Ríos. Esto provocó un distanciamiento con Raúl Uranga y, décadas más tarde, también una crítica pública por su rol en una dictadura militar.
La Convención Constituyente de Entre Ríos, que él integró, discutió una reforma para que no hubiera personas que fueron miembros de un gobierno de facto en cargos públicos. La versión final limitó esto a quienes hayan tenido cargos de responsabilidad política en la última dictadura pero no en las anteriores. La UCR incluso pidió entonces que se retirase una placa del Palacio de Educación provincial, inaugurado durante el gobierno de Favre, que incluía el nombre del entonces ministro Marciano Martínez.
Marciano no se arrepintió de su participación en el gobierno de Favre y reivindicaba su obra. Fue, en ese sentido, un hombre de su tiempo que participó en el gobierno de una forma que a muchos hoy quizás nos cuesta comprender. Pero confío en que siempre lo hizo con un genuino interés por construir una provincia mejor.
La ironía histórica hizo que Favre — a quien mi abuelo repudiaba— fuera el gobernador que inaugurase el túnel subfluvial que hoy lleva el nombre de Uranga y Sylvestre Begnis.
Cuando se cumplieron 50 años de la finalización del túnel, Marciano me contó que Favre le había pedido especialmente que invitara a Uranga a la inauguración. Era el 13 de diciembre de 1969, un momento histórico, el fin del aislamiento entrerriano. Marciano finalmente convenció a Uranga, que puso dos condiciones: asistir “como un ciudadano más”, sin un rol protocolar, y no recibir ningún reconocimiento de Favre.
Con la vuelta de la democracia, Marciano compitió contra mi padre, Lucio Uranga, por la gobernación. Uno por el MID y el otro por MOLIPO. Los dos candidatos no sumaron ni el 6% combinado, lo que mostraba el declive de la potencia electoral del desarrollismo.
Estas discrepancias políticas nunca lo alejaron de mi familia. Por el contrario, él era generoso con su tiempo y sus ideas. Hablé con Marciano durante horas, en las que intentaba transmitirme las ideas y la vocación que inspiraron sus años de vida pública.
El triunfo del radical Sergio Montiel (49%) sobre el peronista Dardo Blanc (41%) en 1983 marcó otro rasgo de la democracia, la polarización. Marciano me contó que parte de su partido inició una fuerte autocrítica, por no haber comprendido el momento histórico y las nuevas dinámicas de la sociedad democrática pero que esto no fue bien recibido por los líderes políticos nacionales.
Marciano se candidateó por el MID para la Convención Nacional Constituyente de 1994, también obtuvo un bajo porcentaje de votos. Esto nunca lo desanimó y se mantuvo convencido tanto a sus ideas como al rol de la política como una forma de transformar la sociedad.
Cualquier homenaje es injusto. Con el homenajeado y con los que compartieron su tiempo histórico. Esto no es un intento de desmerecer a otros referentes del desarrollismo entrerriano, pero creo que ellos también reconocerían que nadie representó el MID tanto como Marciano Martínez y este es un justo reconocimiento.
Marciano tenía una mente inquieta y creativa. Siempre tenía una anécdota divertida para explicar un concepto complejo o una aventura personal para ilustrarlo. La última vez que hablé con él me contó que estaba escribiendo un libro de memorias sobre sus años en la colimba y me mostró las primeras páginas.
Otros podrán reivindicar el legado jurídico de Marciano Martínez, mi aporte es casi personal. Y político. Detrás de él queda poco de las ideas que defendió y del mundo en el que vivió, pero él siguió creyendo en la misma causa hasta el final.
“Soy tan desarrollista como en el mejor de mis días, porque el partido tiene claridad en todo,” dijo en una entrevista con Visión Desarrollista en 2015. “Es la única alternativa porque el país está en las mismas condiciones que en aquel entonces, y aún peor”.
(*) El autor del texto es Ingeniero y periodista. Codirector y editor general de Visión Desarrollista, el sitio donde se publicó originalmente esta columna.
Marciano Martínez, el último desarrollista entrerriano
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*Por Francisco Uranga
Parecía que Marciano Martínez iba a estar para siempre. No recuerdo la primera vez que escuché hablar de él, porque fue antes de que tuviera memoria. Hoy se fue y es extraño aceptarlo.
Marciano era famoso en Entre Ríos como referente jurídico, pero tuvo una trayectoria política larga y comprometida con el desarrollo de la provincia. Diría que, con él, se fue el último desarrollista entrerriano. Al menos el último gran dirigente de esa generación, cuando el desarrollismo tuvo peso político propio y una visión clara para el país.
Marciano se convirtió en la encarnación entrerriana del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), el partido fundado por Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio tras el golpe de estado que los derrocó. El partido se quebró en los setentas, cuando mi abuelo Raúl Uranga y el santafesino Carlos Sylvestre Begnis renunciaron y crearon un nuevo espacio político, el Movimiento Línea Popular (MOLIPO). Marciano se quedó en el MID y fue su sostén en las décadas siguientes, cuando esas ideas perdieron fuerza y el partido se diluyó hasta casi desaparecer.
Hablar con Marciano era un encuentro con la historia política entrerriana, de la que fue protagonista y testigo. Y que él contaba con talento y carisma. Marciano publicó libros de derecho, pero también escribía cuentos, artículos y anécdotas con una gracia especial. Había comenzado a los 15 años como redactor en El Diario de Paraná, que en ese momento era dirigido por Arturo Etchevehere. Era un diario que Marciano describía como casi un comité de la Intransigencia, la línea interna de la Unión Cívica Radical alineada con Arturo Frondizi.
Durante el gobierno de facto de Ricardo Favre, Marciano Martínez fue ministro de Bienestar Social y Educación de Entre Ríos. Esto provocó un distanciamiento con Raúl Uranga y, décadas más tarde, también una crítica pública por su rol en una dictadura militar.
La Convención Constituyente de Entre Ríos, que él integró, discutió una reforma para que no hubiera personas que fueron miembros de un gobierno de facto en cargos públicos. La versión final limitó esto a quienes hayan tenido cargos de responsabilidad política en la última dictadura pero no en las anteriores. La UCR incluso pidió entonces que se retirase una placa del Palacio de Educación provincial, inaugurado durante el gobierno de Favre, que incluía el nombre del entonces ministro Marciano Martínez.
Marciano no se arrepintió de su participación en el gobierno de Favre y reivindicaba su obra. Fue, en ese sentido, un hombre de su tiempo que participó en el gobierno de una forma que a muchos hoy quizás nos cuesta comprender. Pero confío en que siempre lo hizo con un genuino interés por construir una provincia mejor.
La ironía histórica hizo que Favre — a quien mi abuelo repudiaba— fuera el gobernador que inaugurase el túnel subfluvial que hoy lleva el nombre de Uranga y Sylvestre Begnis.
Cuando se cumplieron 50 años de la finalización del túnel, Marciano me contó que Favre le había pedido especialmente que invitara a Uranga a la inauguración. Era el 13 de diciembre de 1969, un momento histórico, el fin del aislamiento entrerriano. Marciano finalmente convenció a Uranga, que puso dos condiciones: asistir “como un ciudadano más”, sin un rol protocolar, y no recibir ningún reconocimiento de Favre.
Con la vuelta de la democracia, Marciano compitió contra mi padre, Lucio Uranga, por la gobernación. Uno por el MID y el otro por MOLIPO. Los dos candidatos no sumaron ni el 6% combinado, lo que mostraba el declive de la potencia electoral del desarrollismo.
Estas discrepancias políticas nunca lo alejaron de mi familia. Por el contrario, él era generoso con su tiempo y sus ideas. Hablé con Marciano durante horas, en las que intentaba transmitirme las ideas y la vocación que inspiraron sus años de vida pública.
El triunfo del radical Sergio Montiel (49%) sobre el peronista Dardo Blanc (41%) en 1983 marcó otro rasgo de la democracia, la polarización. Marciano me contó que parte de su partido inició una fuerte autocrítica, por no haber comprendido el momento histórico y las nuevas dinámicas de la sociedad democrática pero que esto no fue bien recibido por los líderes políticos nacionales.
Marciano se candidateó por el MID para la Convención Nacional Constituyente de 1994, también obtuvo un bajo porcentaje de votos. Esto nunca lo desanimó y se mantuvo convencido tanto a sus ideas como al rol de la política como una forma de transformar la sociedad.
Cualquier homenaje es injusto. Con el homenajeado y con los que compartieron su tiempo histórico. Esto no es un intento de desmerecer a otros referentes del desarrollismo entrerriano, pero creo que ellos también reconocerían que nadie representó el MID tanto como Marciano Martínez y este es un justo reconocimiento.
Marciano tenía una mente inquieta y creativa. Siempre tenía una anécdota divertida para explicar un concepto complejo o una aventura personal para ilustrarlo. La última vez que hablé con él me contó que estaba escribiendo un libro de memorias sobre sus años en la colimba y me mostró las primeras páginas.
Otros podrán reivindicar el legado jurídico de Marciano Martínez, mi aporte es casi personal. Y político. Detrás de él queda poco de las ideas que defendió y del mundo en el que vivió, pero él siguió creyendo en la misma causa hasta el final.
“Soy tan desarrollista como en el mejor de mis días, porque el partido tiene claridad en todo,” dijo en una entrevista con Visión Desarrollista en 2015. “Es la única alternativa porque el país está en las mismas condiciones que en aquel entonces, y aún peor”.
(*) El autor del texto es Ingeniero y periodista. Codirector y editor general de Visión Desarrollista, el sitio donde se publicó originalmente esta columna.