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*Por Miguel Rettore
La realidad que hoy le toca vivir al pueblo argentino le impone a la dirigencia política estar a la altura de las circunstancias y obrar en consecuencia.
La U.C.R., con el argumento de equilibrar el poder en el país, en el año 2015 tomó la decisión de abandonar un Frente Amplio Progresista y de aliarse con el PRO para conformar Cambiemos, pavimentando de esta forma la llegada de Mauricio Macri a la Presidencia de la Nación.
En aquel momento nosotros no compartimos esa decisión en el entendimiento que la doctrina del radicalismo estaba en las antípodas de ese Partido conformado desde el poder en la ciudad de Buenos Aires, el cual por la participación de sus integrantes en el devenir histórico y por los operadores económicos que mostraban en aquel entonces, nos hacían prever un accionar político conservador y una concepción económica neoliberal, cuyas consecuencias ya estaban demostradas en la realidad política argentina y nuestro pueblo ya había sido víctima de ellas.
Esa decisión que tomó la Convención Nacional de Gualeguaychú, a las apuradas, tampoco previó discutir un programa de gobierno consensuado, ni tampoco establecer una forma de cogobierno que permitieran los controles necesarios en las políticas públicas a ejecutar.
Lamentablemente, a poco de andar, nos dimos cuenta que no nos habíamos equivocado. Que Macri no tenía un plan de gobierno, que se tomaban decisiones políticas y económicas erráticas y que en esencia no favorecían a las mayorías populares, que la sociedad quedaba indefensa ante la voracidad del mercado y que luego de generar la devaluación sistemática de nuestra moneda, agudizar la presión tributaria, aumentar geométricamente y dolarizar las tarifas públicas y no lograr contener una gran escalada inflacionaria comenzaban a notarse nuevamente esas nefastas consecuencias que ya conocimos: pulverización de las economías regionales, destrucción de las Pymes, cierre de comercios y pérdida de fuentes laborales, disminución del poder adquisitivo, aumento de la pobreza, degradación de la clase media y estado de zozobra en la mayoría de la sociedad argentina, con el contraste de siempre, una gran transferencia de recursos hacia los sectores poderosos, una colosal timba financiera, capitales golondrinas al servicio de la especulación y grandes dividendos para el sector bancario y empresario.
Estas políticas de gobierno no pudieron ser controladas por la dirigencia radical, por no tener injerencia en el gobierno ni tener otros resortes para hacerlo, pero sí debía defenderlas como propias en el Congreso de la Nación, por tener reservado solo ese papel.
En consecuencia, nuestro Partido no sólo no pudo controlar las decisiones políticas que tomaba en soledad el gobierno, sino que también tuvo el triste papel de defender esas decisiones en el ámbito legislativo.
Este rápido repaso del papel que le cupo a nuestro Partido en estos años y en las vísperas de la Convención Nacional del Radicalismo a realizarse el próximo 27 de mayo nos obliga a realizar algunas reflexiones:
En primer lugar, que las alianzas electorales que no están sustentadas en bases sólidas, diagnósticos acertados, perfiles ideológicos similares en sus integrantes, programas de gobiernos consensuados y bases programáticas acordes; pueden servir para ganar las elecciones, pero jamás pueden servir para gobernar.
Que nuestro radicalismo no vino a la historia institucional de nuestro país hace 128 años sólo para ganar elecciones, sino que aquellos revolucionarios aportaron al país una herramienta llena de ética, principios, valores, doctrina y ejemplos de vida que permitiera transformar la sociedad, entender al estado como un instrumento para modificar realidades injustas de las mayorías nacionales, propender a la movilidad social ascendente, desterrar la corrupción y el servirse del estado para su ganancia personal o en beneficio de grupos empresarios, políticos, sindicales o de cualquier otro tipo.
Que, como pasó en otros tiempos de su historia, si el radicalismo está sufriendo una fuerte crisis de identidad y sus principales dirigentes nacionales se encuentran extraviados, entregados, vencidos o genuflexos y no pueden continuar con el mandato histórico en nuestros tiempos; nuestro partido debe volver a abrevar en sus fuentes, debe retemplar su espíritu y buscar en sus raíces las respuestas a sus propias incertidumbres y así tomar las decisiones que imponen los tiempos.
De nada sirve el poder si no está destinado al servicio de nuestro pueblo. El radicalismo no es un partido de circunstancia, ni debe servir para que se beneficien algunos. Los radicales tenemos que hacer lo que se debe, no lo que se puede, porque si lo que se puede no sirve, entonces no hay que hacer nada.
Los últimos resultados en las distintas provincias nos muestra lo que piensan los argentinos y es un mensaje inequívoco de su descontento por las políticas nacionales y es en ese contexto en el que nuevamente van a tener que competir nuestros candidatos a Intendentes y nuestro candidato a Gobernador que, sin dudas, es lo mejor que puede ofrecer el radicalismo entrerriano y que mucho de ellos, los que están gobernando, han demostrado gobiernos eficientes, austeros, republicanos, con transformadores programas sociales y de obras públicas y gran conocimiento de las realidades de sus pueblos, pero en muchos casos ha pesado más el castigo a las políticas económicas que el reconocimiento a los buenos gobiernos que realizan.
Por todo ello, esperamos que el próximo 27 de mayo los radicales que conforman el máximo órgano partidario como es la Convención Nacional del Radicalismo tomen la mejor decisión y que la misma esté impregnada de todos los valores de este centenario Partido.
*Ex concejal UCR de Paraná
En vísperas de la Convención Nacional del Radicalismo
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*Por Miguel Rettore
La realidad que hoy le toca vivir al pueblo argentino le impone a la dirigencia política estar a la altura de las circunstancias y obrar en consecuencia.
La U.C.R., con el argumento de equilibrar el poder en el país, en el año 2015 tomó la decisión de abandonar un Frente Amplio Progresista y de aliarse con el PRO para conformar Cambiemos, pavimentando de esta forma la llegada de Mauricio Macri a la Presidencia de la Nación.
En aquel momento nosotros no compartimos esa decisión en el entendimiento que la doctrina del radicalismo estaba en las antípodas de ese Partido conformado desde el poder en la ciudad de Buenos Aires, el cual por la participación de sus integrantes en el devenir histórico y por los operadores económicos que mostraban en aquel entonces, nos hacían prever un accionar político conservador y una concepción económica neoliberal, cuyas consecuencias ya estaban demostradas en la realidad política argentina y nuestro pueblo ya había sido víctima de ellas.
Esa decisión que tomó la Convención Nacional de Gualeguaychú, a las apuradas, tampoco previó discutir un programa de gobierno consensuado, ni tampoco establecer una forma de cogobierno que permitieran los controles necesarios en las políticas públicas a ejecutar.
Lamentablemente, a poco de andar, nos dimos cuenta que no nos habíamos equivocado. Que Macri no tenía un plan de gobierno, que se tomaban decisiones políticas y económicas erráticas y que en esencia no favorecían a las mayorías populares, que la sociedad quedaba indefensa ante la voracidad del mercado y que luego de generar la devaluación sistemática de nuestra moneda, agudizar la presión tributaria, aumentar geométricamente y dolarizar las tarifas públicas y no lograr contener una gran escalada inflacionaria comenzaban a notarse nuevamente esas nefastas consecuencias que ya conocimos: pulverización de las economías regionales, destrucción de las Pymes, cierre de comercios y pérdida de fuentes laborales, disminución del poder adquisitivo, aumento de la pobreza, degradación de la clase media y estado de zozobra en la mayoría de la sociedad argentina, con el contraste de siempre, una gran transferencia de recursos hacia los sectores poderosos, una colosal timba financiera, capitales golondrinas al servicio de la especulación y grandes dividendos para el sector bancario y empresario.
Estas políticas de gobierno no pudieron ser controladas por la dirigencia radical, por no tener injerencia en el gobierno ni tener otros resortes para hacerlo, pero sí debía defenderlas como propias en el Congreso de la Nación, por tener reservado solo ese papel.
En consecuencia, nuestro Partido no sólo no pudo controlar las decisiones políticas que tomaba en soledad el gobierno, sino que también tuvo el triste papel de defender esas decisiones en el ámbito legislativo.
Este rápido repaso del papel que le cupo a nuestro Partido en estos años y en las vísperas de la Convención Nacional del Radicalismo a realizarse el próximo 27 de mayo nos obliga a realizar algunas reflexiones:
En primer lugar, que las alianzas electorales que no están sustentadas en bases sólidas, diagnósticos acertados, perfiles ideológicos similares en sus integrantes, programas de gobiernos consensuados y bases programáticas acordes; pueden servir para ganar las elecciones, pero jamás pueden servir para gobernar.
Que nuestro radicalismo no vino a la historia institucional de nuestro país hace 128 años sólo para ganar elecciones, sino que aquellos revolucionarios aportaron al país una herramienta llena de ética, principios, valores, doctrina y ejemplos de vida que permitiera transformar la sociedad, entender al estado como un instrumento para modificar realidades injustas de las mayorías nacionales, propender a la movilidad social ascendente, desterrar la corrupción y el servirse del estado para su ganancia personal o en beneficio de grupos empresarios, políticos, sindicales o de cualquier otro tipo.
Que, como pasó en otros tiempos de su historia, si el radicalismo está sufriendo una fuerte crisis de identidad y sus principales dirigentes nacionales se encuentran extraviados, entregados, vencidos o genuflexos y no pueden continuar con el mandato histórico en nuestros tiempos; nuestro partido debe volver a abrevar en sus fuentes, debe retemplar su espíritu y buscar en sus raíces las respuestas a sus propias incertidumbres y así tomar las decisiones que imponen los tiempos.
De nada sirve el poder si no está destinado al servicio de nuestro pueblo. El radicalismo no es un partido de circunstancia, ni debe servir para que se beneficien algunos. Los radicales tenemos que hacer lo que se debe, no lo que se puede, porque si lo que se puede no sirve, entonces no hay que hacer nada.
Los últimos resultados en las distintas provincias nos muestra lo que piensan los argentinos y es un mensaje inequívoco de su descontento por las políticas nacionales y es en ese contexto en el que nuevamente van a tener que competir nuestros candidatos a Intendentes y nuestro candidato a Gobernador que, sin dudas, es lo mejor que puede ofrecer el radicalismo entrerriano y que mucho de ellos, los que están gobernando, han demostrado gobiernos eficientes, austeros, republicanos, con transformadores programas sociales y de obras públicas y gran conocimiento de las realidades de sus pueblos, pero en muchos casos ha pesado más el castigo a las políticas económicas que el reconocimiento a los buenos gobiernos que realizan.
Por todo ello, esperamos que el próximo 27 de mayo los radicales que conforman el máximo órgano partidario como es la Convención Nacional del Radicalismo tomen la mejor decisión y que la misma esté impregnada de todos los valores de este centenario Partido.
*Ex concejal UCR de Paraná