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*Por Adán Humberto Bahl
Hoy, 10 de diciembre, se cumple un año de que Mauricio Macri asumió la presidencia y comenzó una nueva etapa en la vida política y económica de la Argentina. Es un buen momento para reflexionar acerca de cómo estamos, qué cosas cambiaron y los desafíos que tenemos por delante.
En términos generales, los resultados económicos del primer año del gobierno de Mauricio Macri son bastante pobres. Las principales variables económicas no muestran resultados positivos: la economía sigue en recesión, por lo que el empleo no crece y tampoco mejora en su calidad; hubo pérdida de poder adquisitivo, la inflación se mantiene en niveles altos, la producción industrial y la construcción se contrajeron y el comercio internacional tampoco está en su mejor momento. El déficit fiscal se mantuvo, financiado con deuda. En la práctica, el motor para sostener a la economía mientras se esperan esas inversiones -que tampoco llegan- ha sido un gran nivel de endeudamiento, en tiempo y magnitud récord.
Las opiniones de los especialistas en el tema, oficialistas o críticos, comparten en gran medida este diagnóstico. En todo caso, varía la mirada sobre lo que habría que hacer, o sobre cuál es el ritmo que va a tener la economía en 2017. La mayoría coincide en que habrá cierta recuperación, aunque no muy vigorosa. Y se espera que con el plan de infraestructura –que es una especie de plan B ante la falta de inversión privada haya una reactivación y se generen nuevos empleos.
La pregunta es si con eso alcanza. Personalmente y por mi experiencia en la gestión pública, considero que no es suficiente. Hace falta, además, algún grado de planificación. Este gobierno no ha sido claro respecto de cuál es el objetivo de las políticas productivas que quiere impulsar ni cuáles son los resultados que se esperan. Hay marchas y contramarchas que no permiten ver un horizonte claro.
A principios de año, cuando pusieron en marcha los cambios, tenían expectativas en de que con la liberalización financiera, la salida del cepo, el acuerdo con los fondos buitres, la apertura del comercio y la quita de retenciones a las exportaciones, estaban alisando el terreno para que entraran inversiones y se reiniciara el ciclo productivo: esperaban que la economía volviera a crecer y aparecieron los brotes verdes. Pero la lluvia de inversiones no cayó. Quizás hubo demasiado optimismo ante una situación que no es tan simple.
A esta se le sumó el desencanto de muchos votantes que se quedaron esperando políticas concretas para alcanzar las promesas de campaña, como la de la “pobreza 0” por ejemplo.
Un tercio de la población del país está bajo la línea de pobreza y casi la mitad de los niños son pobres. Este es un problema ineludible para la política económica y sin embargo, no conocemos ninguna estrategia para abordarlo. Lejos de ello, vemos que la AUH pierde empuje frente a la inflación y que las medidas para mejorar los ingresos y la calidad de vida de los sectores más pobres son, valga la redundancia, muy pobres.
El impuesto a las ganancias es otro ejemplo de la contradicción entre lo dicho y lo hecho. Tampoco se consiguió controlar la inflación. A principio de año, tanto el ministro Prat Gay como el presidente del Banco Central Sturzenegger, plantearon trabajar en torno a una meta inflacionaria y cerrar 2016 en torno al 25%. No sólo no se alcanzó ese valor sino que se generó una contracción del consumo, algo que se suele llamar estanflación: estancamiento económico e inflación al mismo tiempo. Como dijo varias veces Sturzenneger: “los sectores de bajos ingresos perdieron cerca del 20% con la inflación mientras que los de mayores ingresos solo perdieron 3%”. Es decir, la inflación también redistribuyó ingresos y perjudicó a los sectores más pobres.
Los pronósticos para 2017 son diversos aunque, como decíamos, la mayoría coincide en que hay signos de recuperación. La gran cuestión es qué tipo de economía tendremos y en base a qué vamos a volver a crecer. Y, fundamentalmente, si ese crecimiento será con inclusión social o no. Porque la historia nos ha mostrado una y otra vez que no siempre las mejoras son para todos.
Las marchas y contramarchas del gobierno actual generan ciertas dudas y quizás es momento de mirar el camino recorrido, evaluar alternativas y escuchar las voces críticas que alertan que hace falta un plan, un proyecto económico. Y sobre todo, que en ese proyecto económico hay un gran sector de la sociedad que necesita tener mayor protagonismo y que no puede seguir siendo la variable de ajuste.
*Contador. Vicegobernador de Entre Ríos
Balance a un año de gobierno de Cambiemos
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*Por Adán Humberto Bahl
Hoy, 10 de diciembre, se cumple un año de que Mauricio Macri asumió la presidencia y comenzó una nueva etapa en la vida política y económica de la Argentina. Es un buen momento para reflexionar acerca de cómo estamos, qué cosas cambiaron y los desafíos que tenemos por delante.
En términos generales, los resultados económicos del primer año del gobierno de Mauricio Macri son bastante pobres. Las principales variables económicas no muestran resultados positivos: la economía sigue en recesión, por lo que el empleo no crece y tampoco mejora en su calidad; hubo pérdida de poder adquisitivo, la inflación se mantiene en niveles altos, la producción industrial y la construcción se contrajeron y el comercio internacional tampoco está en su mejor momento. El déficit fiscal se mantuvo, financiado con deuda. En la práctica, el motor para sostener a la economía mientras se esperan esas inversiones -que tampoco llegan- ha sido un gran nivel de endeudamiento, en tiempo y magnitud récord.
Las opiniones de los especialistas en el tema, oficialistas o críticos, comparten en gran medida este diagnóstico. En todo caso, varía la mirada sobre lo que habría que hacer, o sobre cuál es el ritmo que va a tener la economía en 2017. La mayoría coincide en que habrá cierta recuperación, aunque no muy vigorosa. Y se espera que con el plan de infraestructura –que es una especie de plan B ante la falta de inversión privada haya una reactivación y se generen nuevos empleos.
La pregunta es si con eso alcanza. Personalmente y por mi experiencia en la gestión pública, considero que no es suficiente. Hace falta, además, algún grado de planificación. Este gobierno no ha sido claro respecto de cuál es el objetivo de las políticas productivas que quiere impulsar ni cuáles son los resultados que se esperan. Hay marchas y contramarchas que no permiten ver un horizonte claro.
A principios de año, cuando pusieron en marcha los cambios, tenían expectativas en de que con la liberalización financiera, la salida del cepo, el acuerdo con los fondos buitres, la apertura del comercio y la quita de retenciones a las exportaciones, estaban alisando el terreno para que entraran inversiones y se reiniciara el ciclo productivo: esperaban que la economía volviera a crecer y aparecieron los brotes verdes. Pero la lluvia de inversiones no cayó. Quizás hubo demasiado optimismo ante una situación que no es tan simple.
A esta se le sumó el desencanto de muchos votantes que se quedaron esperando políticas concretas para alcanzar las promesas de campaña, como la de la “pobreza 0” por ejemplo.
Un tercio de la población del país está bajo la línea de pobreza y casi la mitad de los niños son pobres. Este es un problema ineludible para la política económica y sin embargo, no conocemos ninguna estrategia para abordarlo. Lejos de ello, vemos que la AUH pierde empuje frente a la inflación y que las medidas para mejorar los ingresos y la calidad de vida de los sectores más pobres son, valga la redundancia, muy pobres.
El impuesto a las ganancias es otro ejemplo de la contradicción entre lo dicho y lo hecho. Tampoco se consiguió controlar la inflación. A principio de año, tanto el ministro Prat Gay como el presidente del Banco Central Sturzenegger, plantearon trabajar en torno a una meta inflacionaria y cerrar 2016 en torno al 25%. No sólo no se alcanzó ese valor sino que se generó una contracción del consumo, algo que se suele llamar estanflación: estancamiento económico e inflación al mismo tiempo. Como dijo varias veces Sturzenneger: “los sectores de bajos ingresos perdieron cerca del 20% con la inflación mientras que los de mayores ingresos solo perdieron 3%”. Es decir, la inflación también redistribuyó ingresos y perjudicó a los sectores más pobres.
Los pronósticos para 2017 son diversos aunque, como decíamos, la mayoría coincide en que hay signos de recuperación. La gran cuestión es qué tipo de economía tendremos y en base a qué vamos a volver a crecer. Y, fundamentalmente, si ese crecimiento será con inclusión social o no. Porque la historia nos ha mostrado una y otra vez que no siempre las mejoras son para todos.
Las marchas y contramarchas del gobierno actual generan ciertas dudas y quizás es momento de mirar el camino recorrido, evaluar alternativas y escuchar las voces críticas que alertan que hace falta un plan, un proyecto económico. Y sobre todo, que en ese proyecto económico hay un gran sector de la sociedad que necesita tener mayor protagonismo y que no puede seguir siendo la variable de ajuste.
*Contador. Vicegobernador de Entre Ríos