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*Por Fabián Dulio Rogel
Ese 12 de octubre de 1916 no fue un día más. Extrañamente comenzaron a aparecer desde todos los rincones de la antigua Buenos Aires personas, desconocidas hasta ese momento. Después alcanzaron la categoría y el nombre de ciudadanos.
Trabajadores, peluqueros, zapateros, panaderos, empleados públicos, el hombre común que hasta ese momento no había intervenido en el destino nacional, ese 12 de octubre dejó su casa, dejó su familia y se fue acercando a la Plaza de Mayo y a la Plaza de los dos Congresos para ver completada su misión: poner al frente del gobierno de la República Argentina al primer Presidente ungido por el voto popular.
Juan Hipólito del Corazón de Jesús Yrigoyen se llamaba el hombre. Hipólito Yrigoyen, o Don Hipólito para el pueblo, o el Peludo para sus detractores. Se había formado al lado del hombre más prestigioso que construyó la democracia Argentina, Leandro Alem, era su tío. Habían participado, en el caso de Alem, de las luchas intestinas del país y se habían comprometido con todas las causas nobles. En el caso de Yrigoyen, se había formado en un pensamiento que en Europa tenía una influencia humanista muy profunda, que tenía al hombre como el centro de todas sus acciones, el Krausismo. Fue profesor, todavía algunos discuten si tenía o no el título de abogado, fue comisario de Balvanera a los 20 años, y productor agropecuario, pero fundamentalmente, como él mismo decía, hizo de la política un apostolado. Una entrega como muy pocas veces se ha visto en la política de América.
Junto a su tío, frente al escandaloso régimen que llevaba adelante Juárez Celman como presidente de la Nación, fue partícipe y encargado de las columnas de la revolución del 26 de julio de 1890. También participó de la revolución de 1893, pero fundamentalmente, ya muerto Alem, fue el hacedor de la Gran Revolución de 1905 donde se levantaron 30 distritos a la misma hora en todo el país. En una revolución que al decir de Ricardo Caballero en su libro, fue una organización perfecta al servicio del país, y que de haber triunfado nos hubiéramos ahorrado muchísimos males y hubiéramos acortado muchos caminos.
Su integridad moral era de una dimensión casi desconocida hasta el momento en el país. En esa revolución de 1905, cuando la revolución fracasó, él se presentó, y se hizo responsable absoluto de la misma para que fueran liberados todos los demás participes.
Esos 25 años de abstención revolucionaria que implicaba no aceptar ningún convite, ningún cargo del régimen hasta tanto consiguiera que el más pobre de los criollos del país con su voto decidiera el destino nacional, fue un hecho sin precedente. Desde 1890 hasta 1916 que asumió el gobierno, esos 25 años no fueron de paciente espera, se hicieron 3 revoluciones y una incansable prédica para conseguir recién en 1912 la Ley Sáenz Peña del voto Universal, Libre y Secreto. Pero como dice un amigo mío, el Doctor Gustavo Soniz, la mal llamada Ley Sáenz Peña, que debió llamarse la Ley Yrigoyen, puesto que fue él y su esfuerzo los que consiguieron que la ley fuera sancionada.
Y el 2 de abril de 1916 con ley electoral y padrón militar, se realizaron las elecciones y ganó Yrigoyen. Habían sido muchos años de un nefasto régimen donde la gente y el pueblo jamás habían participado, por lo tanto hubo que conseguir los votos de los convencionales de Santa Fe para alcanzar la mayoría en el colegio electoral. Todo lo tuvieron que hacer sus seguidores, puesto que él por un sentido ético profundo no estaba dispuesto a salir a granjear convencionales para ser Presidente.
Ese 12 de octubre por la mañana, en los diarios, recién se conocieron los nombres de los ministros. Ninguno de ellos fuer puesto por los sectores del poder, cosa insólita que nunca antes había ocurrido en el país. Los ministros los ponían los sectores económicos del poder y se sabía de antemano a quien representaban y quien los ponía.
Por un lado, la alegría de un pueblo que por primera vez iba a empezar a conocer lo que en el país después se fue llamando movilizaciones populares o alegrías del pueblo. Por el otro lado, la intranquilidad y la zozobra de los sectores oligárquicos y de poder, que no sabían que iba a pasar con un Presidente electo por el pueblo.
“Vengo a reparar, mi programa es la Constitución”, eran las expresiones más sintéticas con las que él trataba de referirse a lo que iba a ser su gobierno. Pero fue mucho más que una reparación, fue mucho más que la puesta en práctica de una Constitución Nacional que nunca había regido los destinos del país. Fue un proceso de emancipación nacional que reconstruyó los valores esenciales de lo que había sido el proceso libertador para ponerlo a servicio de un modelo económico y social para la Nación.
En este recordatorio, a los 100 años del primer gobierno elegido por el pueblo para conducir los destinos de la Nación, no puedo menos que mencionar algunas decisiones estratégicas que se realizaron en el primer y en el segundo gobierno de Yrigoyen. Una reforma educativa que hizo realizad la Ley 1420, consagrando el guardapolvo y una política social como única manera de eliminar cualquier distinción entre pobres y ricos. La reforma del 18, que derrumbó el oscurantismo educativo, fundamentalmente proviniendo de Córdoba, donde todo el positivismo se abrió paso y donde se consagro el gobierno tripartito y la autonomía universitaria, pero fundamentalmente, donde los trabajadores tuvieron acceso a la universidad argentina.
Concedió las primeras jubilaciones a los ferroviarios, a quien tanto quería y respetaba, y las jubilaciones a los empleados de empresas particulares.
Aquí, tal vez debamos detenernos un minuto para decir que la gran política de liberación nacional y de construcción de un proceso económico libertario se dio con la creación de YPF y con la designación del gran General Enrique Mosconi. No sólo se creó la empresa más grande de Hispanoamérica, sino que se creó la primer empresa estatal de occidente. Pero Yrigoyen no solo resolvió esta cuestión estratégica para el desarrollo nacional sino que le encargó al General Mosconi y al General Baldrich que recorrieran América para que establecieran con su presencia y convencieran a todos los pueblos de América sobre la importancia que tenía recuperar para sus gobiernos la riqueza petrolera. Es decir, soñaba con un proceso de una América integrada y que sus recursos naturales fueran manejados por sus naciones.
Muchos hoy dirán que estas palabras o estas expresiones constituyen realidades de otra época, que las cosas han cambiado y que la política se define de otra manera, o que las comunicaciones o la forma de intercomunicarse con el otro son distintas. Podemos decir, en un honesto análisis, que algunas cosas pueden que sean así. Lo que decimos es que el gobierno de las cosas no puede estar vacío de contenidos, ni de ideales, ni de propuestas absolutamente claras y profundas a la hora de hacerse elegir para los cargos públicos.
Tras el golpe, viejo y enfermo fue conducido a Martín García y allí además de decirle a sus seguidores que “había que comenzar de nuevo”, y con más de 80 años, le tuvieron que cambiar el carcelero porque lo había convencido en su cautiverio.
De esas profundas convicciones como las de Don Hipólito, la de San Martín, la de Güemes, la de Belgrano, la de Moreno, la de Castelli, se fue armando esto que se conoce como país, como Nación, como República Argentina, o como Patria.
Como dice el tango de Enrique P. Maroni y que hiciera famoso Ignacio Corsini, “Yrigoyen, la Argentina te reclama”, yo diría, en estos tiempos de algunas confusiones, “Yrigoyen, los radicales te reclaman”.
Gloria y honor a un gran transformador de la sociedad argentina y a un gran gobernante al cual el radicalismo espero rinda grandes honores por estas horas, para que otros y otras que no han vivido su vida al influjo de Yrigoyen, no se apropien de una historia que nos pertenece.
*Ex Presidente del Bloque de Diputados Provinciales.
*Ex Presidente del Bloque de Convencionales Constituyentes.
*Y ex Vicepresidente del Bloque de Diputados Nacionales.
Yrigoyen, la Argentina te reclama
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*Por Fabián Dulio Rogel
Ese 12 de octubre de 1916 no fue un día más. Extrañamente comenzaron a aparecer desde todos los rincones de la antigua Buenos Aires personas, desconocidas hasta ese momento. Después alcanzaron la categoría y el nombre de ciudadanos.
Trabajadores, peluqueros, zapateros, panaderos, empleados públicos, el hombre común que hasta ese momento no había intervenido en el destino nacional, ese 12 de octubre dejó su casa, dejó su familia y se fue acercando a la Plaza de Mayo y a la Plaza de los dos Congresos para ver completada su misión: poner al frente del gobierno de la República Argentina al primer Presidente ungido por el voto popular.
Juan Hipólito del Corazón de Jesús Yrigoyen se llamaba el hombre. Hipólito Yrigoyen, o Don Hipólito para el pueblo, o el Peludo para sus detractores. Se había formado al lado del hombre más prestigioso que construyó la democracia Argentina, Leandro Alem, era su tío. Habían participado, en el caso de Alem, de las luchas intestinas del país y se habían comprometido con todas las causas nobles. En el caso de Yrigoyen, se había formado en un pensamiento que en Europa tenía una influencia humanista muy profunda, que tenía al hombre como el centro de todas sus acciones, el Krausismo. Fue profesor, todavía algunos discuten si tenía o no el título de abogado, fue comisario de Balvanera a los 20 años, y productor agropecuario, pero fundamentalmente, como él mismo decía, hizo de la política un apostolado. Una entrega como muy pocas veces se ha visto en la política de América.
Junto a su tío, frente al escandaloso régimen que llevaba adelante Juárez Celman como presidente de la Nación, fue partícipe y encargado de las columnas de la revolución del 26 de julio de 1890. También participó de la revolución de 1893, pero fundamentalmente, ya muerto Alem, fue el hacedor de la Gran Revolución de 1905 donde se levantaron 30 distritos a la misma hora en todo el país. En una revolución que al decir de Ricardo Caballero en su libro, fue una organización perfecta al servicio del país, y que de haber triunfado nos hubiéramos ahorrado muchísimos males y hubiéramos acortado muchos caminos.
Su integridad moral era de una dimensión casi desconocida hasta el momento en el país. En esa revolución de 1905, cuando la revolución fracasó, él se presentó, y se hizo responsable absoluto de la misma para que fueran liberados todos los demás participes.
Esos 25 años de abstención revolucionaria que implicaba no aceptar ningún convite, ningún cargo del régimen hasta tanto consiguiera que el más pobre de los criollos del país con su voto decidiera el destino nacional, fue un hecho sin precedente. Desde 1890 hasta 1916 que asumió el gobierno, esos 25 años no fueron de paciente espera, se hicieron 3 revoluciones y una incansable prédica para conseguir recién en 1912 la Ley Sáenz Peña del voto Universal, Libre y Secreto. Pero como dice un amigo mío, el Doctor Gustavo Soniz, la mal llamada Ley Sáenz Peña, que debió llamarse la Ley Yrigoyen, puesto que fue él y su esfuerzo los que consiguieron que la ley fuera sancionada.
Y el 2 de abril de 1916 con ley electoral y padrón militar, se realizaron las elecciones y ganó Yrigoyen. Habían sido muchos años de un nefasto régimen donde la gente y el pueblo jamás habían participado, por lo tanto hubo que conseguir los votos de los convencionales de Santa Fe para alcanzar la mayoría en el colegio electoral. Todo lo tuvieron que hacer sus seguidores, puesto que él por un sentido ético profundo no estaba dispuesto a salir a granjear convencionales para ser Presidente.
Ese 12 de octubre por la mañana, en los diarios, recién se conocieron los nombres de los ministros. Ninguno de ellos fuer puesto por los sectores del poder, cosa insólita que nunca antes había ocurrido en el país. Los ministros los ponían los sectores económicos del poder y se sabía de antemano a quien representaban y quien los ponía.
Por un lado, la alegría de un pueblo que por primera vez iba a empezar a conocer lo que en el país después se fue llamando movilizaciones populares o alegrías del pueblo. Por el otro lado, la intranquilidad y la zozobra de los sectores oligárquicos y de poder, que no sabían que iba a pasar con un Presidente electo por el pueblo.
“Vengo a reparar, mi programa es la Constitución”, eran las expresiones más sintéticas con las que él trataba de referirse a lo que iba a ser su gobierno. Pero fue mucho más que una reparación, fue mucho más que la puesta en práctica de una Constitución Nacional que nunca había regido los destinos del país. Fue un proceso de emancipación nacional que reconstruyó los valores esenciales de lo que había sido el proceso libertador para ponerlo a servicio de un modelo económico y social para la Nación.
En este recordatorio, a los 100 años del primer gobierno elegido por el pueblo para conducir los destinos de la Nación, no puedo menos que mencionar algunas decisiones estratégicas que se realizaron en el primer y en el segundo gobierno de Yrigoyen. Una reforma educativa que hizo realizad la Ley 1420, consagrando el guardapolvo y una política social como única manera de eliminar cualquier distinción entre pobres y ricos. La reforma del 18, que derrumbó el oscurantismo educativo, fundamentalmente proviniendo de Córdoba, donde todo el positivismo se abrió paso y donde se consagro el gobierno tripartito y la autonomía universitaria, pero fundamentalmente, donde los trabajadores tuvieron acceso a la universidad argentina.
Concedió las primeras jubilaciones a los ferroviarios, a quien tanto quería y respetaba, y las jubilaciones a los empleados de empresas particulares.
Aquí, tal vez debamos detenernos un minuto para decir que la gran política de liberación nacional y de construcción de un proceso económico libertario se dio con la creación de YPF y con la designación del gran General Enrique Mosconi. No sólo se creó la empresa más grande de Hispanoamérica, sino que se creó la primer empresa estatal de occidente. Pero Yrigoyen no solo resolvió esta cuestión estratégica para el desarrollo nacional sino que le encargó al General Mosconi y al General Baldrich que recorrieran América para que establecieran con su presencia y convencieran a todos los pueblos de América sobre la importancia que tenía recuperar para sus gobiernos la riqueza petrolera. Es decir, soñaba con un proceso de una América integrada y que sus recursos naturales fueran manejados por sus naciones.
Muchos hoy dirán que estas palabras o estas expresiones constituyen realidades de otra época, que las cosas han cambiado y que la política se define de otra manera, o que las comunicaciones o la forma de intercomunicarse con el otro son distintas. Podemos decir, en un honesto análisis, que algunas cosas pueden que sean así. Lo que decimos es que el gobierno de las cosas no puede estar vacío de contenidos, ni de ideales, ni de propuestas absolutamente claras y profundas a la hora de hacerse elegir para los cargos públicos.
Tras el golpe, viejo y enfermo fue conducido a Martín García y allí además de decirle a sus seguidores que “había que comenzar de nuevo”, y con más de 80 años, le tuvieron que cambiar el carcelero porque lo había convencido en su cautiverio.
De esas profundas convicciones como las de Don Hipólito, la de San Martín, la de Güemes, la de Belgrano, la de Moreno, la de Castelli, se fue armando esto que se conoce como país, como Nación, como República Argentina, o como Patria.
Como dice el tango de Enrique P. Maroni y que hiciera famoso Ignacio Corsini, “Yrigoyen, la Argentina te reclama”, yo diría, en estos tiempos de algunas confusiones, “Yrigoyen, los radicales te reclaman”.
Gloria y honor a un gran transformador de la sociedad argentina y a un gran gobernante al cual el radicalismo espero rinda grandes honores por estas horas, para que otros y otras que no han vivido su vida al influjo de Yrigoyen, no se apropien de una historia que nos pertenece.
*Ex Presidente del Bloque de Diputados Provinciales.
*Ex Presidente del Bloque de Convencionales Constituyentes.
*Y ex Vicepresidente del Bloque de Diputados Nacionales.