Cumbre Social – “Más participación social para profundizar la integración”

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*Por Francisco Senegaglia

La historia de la integración de nuestros pueblos es proporcional, a los esfuerzos sistemáticos del imperio por lograr nuestra desintegración.

Nuestra América, se fue haciendo a pesar de la conquista, en la sincretización de las culturas originarias, los pueblos afro, el mestizaje y el mundo criollo occidental.

Esa América se integró naturalmente, a partir de las des-igualaciones que impuso la colonización, generando una subjetividad común en la identidad de una memoria común. Identidad que resume el proyecto independentista de José Artigas: “Diferentes, pero iguales”. Esa América no fue posible, no por los americanos, más bien por los intereses imperiales que hicieron del continente una gran factoría, en palabras de Scalabrini Ortiz, nos volvieron la granja de la reina.

El sueño de Bolívar, se vio frustrado por los enemigos internos de su amada gran Colombia, los de San Martín por las traiciones del centralismo de Buenos Aires, y la Liga de los Pueblos libres de Artigas por la traición de Buenos Aires, Montevideo y la invasión imperial del ejercito luso-británico.

A partir de ese momento, nuestras independencias nos fragmentaron contra la voluntad de los pueblos, en manos del liberalismo ingles primero, y yanqui posteriormente. Los doscientos años que siguieron fueron de explotación de nuestros recursos y endeudamiento de nuestros estados.

Ugarte, ese gran americano que acuñó el concepto Patria Grande afirmaba en 1901: “América Latina no alcanzó a constituirse nacionalmente en el Siglo XIX por la combinación de ciertos intereses regionales librecambistas con las potencias colonizadoras, que fomentaron la balcanización”.

La integración, no es un problema de los pueblos americanos. La no-integración es una política de Estado del imperio sostenida por los cipayos de hoy, como por los de ayer. El gran pensador venezolano Rufino Blanco sostenía: “Los Estados Unidos el Norte son posible, gracias a los Estados desunidos del Sur”

El presidente Perón al inicio de su gesta anti-imperialista afirmó categóricamente en 1946: “Hay que realizar el sueño de Bolívar. Debemos formar los Estados Unidos de Sudamérica”, Para sostener seguidamente: “No hay soberanía política plena mientras el continente siga fragmentado por el interés imperial. No hay independencia económica en el marco de la dependencia como fruto de la mono-producción. No hay justicia social sin asentar la base material que la posibilite, y resulta imposible lograrla malherida por la desunión… Presentimos que el 2000 nos encontrará unidos o dominados”.

La memoria de la sangre ha resistido en medio de nosotros. El 2000, nos ha encontrado unidos, pero seguimos dominados.

Y esa unidad la ha fundado el pueblo, insiste Ugarte: “El imperialismo podrá aterrorizar a nuestras autoridades, apoderarse de los resortes de nuestras administraciones y sobornar a los políticos venales, pero a los pueblos que reviven su epopeyas heroicas, a los pueblos que sienten las diferencias que los separan del extranjero dominador, a los pueblos que no tienen acciones en las compañías financieras ni intereses en el soborno, a esos pueblos no los puede desarraigar ni corromper nunca nadie.”

La unidad es un deseo de los pueblos, que habitan un mismo territorio, un mismo pasado histórico, las mismas tradiciones culturales, la misma lengua. Hoy ese deseo es también conciencia, la de tener un opresor común que sólo podrá ser vencido con la unidad de las luchas revolucionarias de las distintas regiones del continente.

Y la revolución de nuestro tiempo, es la de la conciencia.

Defender la integración, es permitirnos una pedagogía común, que nos devuelva la historia que nos quitaron para dividirnos. Arturo Jauretche lo manifiesta claramente: “contrarrestar la contra-cultura impuesta que alcanza su culminación en la contra-pedagogía, o sea el conjunto de ideas que en forma directa o indirecta contribuyen al debilitamiento de la función primordial de la pedagogía, que es transmitir el saber, transmitir la cultura y los mecanismos que hacen posible su permanente renovación”.

Y en la misma línea, Rodolfo Puiggrós, refiriéndose a “La liberación ideológica”, manifiesta “América Latina  para salir del atolladero tiene que pensar y actuar en función de América Latina – necesita poseer, para ponerse a la altura de la humanidad que nace, una ideología revolucionaria propia, es decir viva y creadora, que se nutra de la ciencia y la experiencia mundial para superarlas, pero que sea el fruto de los gérmenes específicamente latinoamericanos”.

Hoy los latinoamericanos tenemos más conciencia de nuestra historia común, y del lugar de oprimidos frente al imperio. Pero no alcanza. Aun son muchos los que viven en la domesticación ideológica fruto de 200 años de colonización pedagógica. Nuestros gobiernos trabajan para la igualación mediante la inclusión y la redistribución de las riquezas. Y fortalecen las políticas de desendeudamiento, al tiempo que fortalecen el Estado Social. Pero hay una lucha más que dar. La recuperación de la identidad en términos de destino colectivo. Sin ella, la revolución se vuelve frágil. Sin memoria, no hay futuro.

Hay que intervenir la historia, los relatos oficiales y denunciar el cipayismo liberal que construyó parte de la memoria colectiva y de la pedagogía colonial. Esa que nos enseñaba a celebrar el descubrimiento de América y formulaba la pre-historia de América, como si antes de que llegara el imperio, no había aquí, memoria, cultura, historia e identidad. Scalabrini Ortiz afirma: “El pueblo que ha concurrido a la escuela… ignora de un modo absoluto su situación real y actual de pueblo encadenado a una dictadura económica que lo hunde silenciosa e implacable en la miseria, el hambre, la corrupción y el crimen… entre nosotros -y esa es una característica de los pueblos coloniales- las generaciones nacen y se suceden sin relación de experiencia con las generaciones que la precedieron, tal como pollos de incubadora”.

La pedagogía que ingreso de la mano del liberalismo entreguista, está vigente en nuestras vidas cotidianas. Pensemos en los nombres de las calles, de las plazas, de los monumentos, de las efemérides de nuestras aulas. Hay que generar una revolución de la conciencia en el campo educativo y cultural.

Y promover desde la militancia social, la denuncia de los medios de comunicación, que a diario, guionan la realidad de nuestros pueblos en función de los intereses del capital.

Nuevamente Scalabriní Ortíz exhorta: “Nuestra liberación será obra de nuestra constancia, de nuestra fe y de nuestro valor. Saber que se está construyendo una patria es un estímulo bien grande para nuestras pequeñas vidas. Más no olvidemos que toda obra grande es producto de la acción, no de la meditación ni de la esperanza. La propiedad y la libertad se conquistan”.

La revolución de la conciencia demanda construir una historia latinoamericana escrita desde la memoria del pueblo, denunciar el cipayismo de los medios de comunicación y promover una pedagogía anti-imperialista en nuestras escuelas. Es decir, intervenir el aparato histórico-ideológico. Este debate está vigente, bienvenida entonces la Cumbre Social para profundizar y reflexionar sobre estas ideas.

*Historiador y escritor argentino, ganador del premio Fray Mocho