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*Por Eduardo De La Serna
Al hablar o escribir pronunciamos palabras. No se trata solamente de un idioma común entre emisor y receptor, sino también de que la palabra pronunciada o escrita “diga” lo mismo a uno y a otro. Caso contrario, creemos habernos comprendido pero la incomunicación continúa o, peor aún, se añade una nueva dificultad, que es precisamente creer que ambos dicen lo mismo, cosa que en realidad no ocurre. Veamos algunos ejemplos:
Vida. Escuchamos hablar de la “defensa de la vida”, de “cuidar la vida”, de las “dos vidas” o cosas semejantes. Pero curiosamente (¿curiosamente?), algunos de los excelsos defensores de la vida están de acuerdo con la pena de muerte, o con la aniquilación del adversario. Pareciera que, para muchos de ellos, la vida que se cuida y defiende son solamente los nueve meses intrauterinos, pero después no hay atención al hambre, la salud y la vida digna.
Paz. ¿Quién no estará de acuerdo con la primacía de la paz? Pero, ¿qué decimos al decirla? Ante la urgencia de la paz, por ejemplo, en Colombia era evidente que el uribismo pretendía la rendición total o, eventualmente, la aniquilación y desaparición del adversario/enemigo. ¿Es paz eso? La “paz de los cementerios” no parece algo demasiado constructivo para una sociedad. La paz de los barrios privados, con custodias, altos muros y rejas, no se parece demasiado a lo que quisiera elegirse para “vivir en paz”.
Libertad. Tan mencionada en nuestros tiempos, ¿quién no la buscaría y pretendería? Pero la libertad no se trata solamente de un punto de partida (ciertamente necesario), sino también de una dirección. No se trata solamente de ser “libres de” sino también de un ser “libres para”. La liberación es una construcción del cotidiano. Es evidente que ser “libres de” no es suficiente para ser verdaderamente libres, y los 40 años del grupo judío en el desierto son evidencia de ello: Egipto seguía “estando en la cabeza” de los que añoraban “los ajos y cebollas”. El mismo Moisés no lo entendió y por eso tampoco él ingresó en la tierra de la libertad (que es tarea, no sólo punto de partida).
Y podríamos seguir. Se trata de palabras fundamentales de la vida y la existencia, que cada quien traduce según su propia ideología, concepciones o pensamientos. Ahora bien, no desconocemos, además, que aunque todos tengamos las palabras, no todos tienen voz (o, más precisamente, la tienen pero es ignorada, o desconocida, o no interpretada). Y es evidente que hay quienes tienen más voz que otros. Y modos de hacerla resonar. Más aún en tiempos de nuevos modos de pronunciarlas, en ámbitos en los cuales muchos somos analfabetos, como es el caso de ciertas redes sociales. No parece sensato ignorar que hay quienes (curiosamente, los poderosos) tienen capacidad de repetición y repercusión, con importante recepción, aunque los receptores crean entender y en realidad las palabras emitidas digan otra cosa, algo que conviene a los emisores. Y valga esto también para palabras como violencia, terrorismo, traición, Estado, verdad y muchas otras. No estaría de más –si pretendemos entender y ser entendidos– intentar ahondar seriamente en el significado de las palabras que se utilizan, caso contrario –caso cotidiano– seguiremos caminando detrás de palabras maravillosas, pero que los manipuladores utilizan en su propio provecho, que es precisamente nuestro perjuicio. Y perjuicio al que nos dirigimos felices y convencidos, detrás de modernos espejitos de colores.
Me cuesta entender
Quizás yo sea de otra época, quizás no hable la misma lengua, o quizás sea algo cultural, no lo sé. Pero lo cierto es que no entiendo.
* No entiendo que a una le digan “asesina, tira-bombas en jardines de infantes” y al día siguiente sea ministra de quien la acusó (y tire bombas –lacrimógenas– a ancianos, mujeres y niños).
* No entiendo que, a un colectivo, sea de gobernadores o legisladores, se lo acuse de nido de ratas y otros improperios, y al día siguiente estos coman de la mano del ofensor.
* No entiendo que alguien insulte, ofenda, agreda, ataque a destajo, y al día siguiente se actúe como si “aquí no ha pasado nada” y se favorezca sumisamente, sin criterios razonables, al agresor.
Y no se trata del perdón, que está entre las palabras mayores. El perdón es otra cosa, es un reencuentro en el que las dos partes, ofensores y ofendidos, reconstruyen puentes que se habían roto. El perdón nunca es unilateral (como no lo es el abrazo), porque el ofensor puede pretenderlo, pero la parte ofendida –habitualmente de modo sensato– puede no querer darlo, o la parte ofendida puede quererlo, pero no lo busca el ofensor. Nada de eso sucede en estos casos. Estamos en un terreno que, para mi mentalidad, es incomprensible. Me resulta, por un lado, una notable falta de dignidad, y por el otro una actitud de sometimiento servil. Notable. Triste. Sado-masoquista, quizás. Enfermo. La Patria está enferma.
La Patria no se vende, el Senado sí
Desde que, hace años, Cristina dijo “la Patria es el otro” (y la otra, acotemos), no puede negarse la hondura y seriedad de la frase. Pero… pero “la dijo Cristina”, y por tanto ¡está mal! Por eso, el macrismo puso en el Centro Cultural Kirchner (entonces renombrado CCK para no llamarlo por su nombre) una frase de Borges que pretendía contrastarla: “Nadie es la patria, pero todos lo somos”. Pero patria es algo colectivo, y ahora vino a imperar el individualismo, por tanto, hay que deshacerla, como topos. La patria no existe, porque “el otro y la otra” no existen. Cada uno debe hacer lo que pueda para sobrevivir, porque no puede esperar que alguien le ponga el hombro.
Pero sigo sin entender. Si alguien se autopercibe topo (entre otras múltiples autopercepciones bastante esotéricas, de Aarón a Moisés, a Gladiador o Terminator), porque su objetivo, casi orgiástico, es acabar con el Estado,
* ¿porqué su amor por los Estados Unidos?
* ¿porqué viaja a una cumbre (G7) de “jefes de Estado”?
* ¿qué le molestaría el dizque intento de “golpe de Estado” que un grupo de manifestantes pacíficos y desarmados estarían provocando?
No deja de ser curioso, para los que nos confesamos cristianos, que para Jesús de Nazaret el máximo adversario de Dios es el dinero, y éste personificado (por eso, cuando Jesús lo menciona lo hace sin artículo: “No se puede servir a Dios y a Dinero –Mammón-”). La propuesta de Jesús radica en el encuentro con el/la otro/a, y es en el encuentro fraterno-sororal donde Dios empieza a reinar. El Dios Dinero quiebra ese encuentro, lo deshace. Cuando se adora a Dinero no hay otro, no hay patria, no hay hermandad… No hay Evangelio (por más que juren por él y que la patria y Dios se lo demanden; simplemente señalo que tanto Kueider como Espínola, por ejemplo, juraron como senadores por la Patria, por Dios y por los Santos Evangelios… Ah, y ¡Milei también!). ¿Se entiende por qué a Jesús lo crucificaron?
(*) Esta columna de Opinión fue publicada originalmente en el portal El Cohete a la Luna
De qué vale la jura de los Senadores Nacionales
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*Por Eduardo De La Serna
Al hablar o escribir pronunciamos palabras. No se trata solamente de un idioma común entre emisor y receptor, sino también de que la palabra pronunciada o escrita “diga” lo mismo a uno y a otro. Caso contrario, creemos habernos comprendido pero la incomunicación continúa o, peor aún, se añade una nueva dificultad, que es precisamente creer que ambos dicen lo mismo, cosa que en realidad no ocurre. Veamos algunos ejemplos:
Vida. Escuchamos hablar de la “defensa de la vida”, de “cuidar la vida”, de las “dos vidas” o cosas semejantes. Pero curiosamente (¿curiosamente?), algunos de los excelsos defensores de la vida están de acuerdo con la pena de muerte, o con la aniquilación del adversario. Pareciera que, para muchos de ellos, la vida que se cuida y defiende son solamente los nueve meses intrauterinos, pero después no hay atención al hambre, la salud y la vida digna.
Paz. ¿Quién no estará de acuerdo con la primacía de la paz? Pero, ¿qué decimos al decirla? Ante la urgencia de la paz, por ejemplo, en Colombia era evidente que el uribismo pretendía la rendición total o, eventualmente, la aniquilación y desaparición del adversario/enemigo. ¿Es paz eso? La “paz de los cementerios” no parece algo demasiado constructivo para una sociedad. La paz de los barrios privados, con custodias, altos muros y rejas, no se parece demasiado a lo que quisiera elegirse para “vivir en paz”.
Libertad. Tan mencionada en nuestros tiempos, ¿quién no la buscaría y pretendería? Pero la libertad no se trata solamente de un punto de partida (ciertamente necesario), sino también de una dirección. No se trata solamente de ser “libres de” sino también de un ser “libres para”. La liberación es una construcción del cotidiano. Es evidente que ser “libres de” no es suficiente para ser verdaderamente libres, y los 40 años del grupo judío en el desierto son evidencia de ello: Egipto seguía “estando en la cabeza” de los que añoraban “los ajos y cebollas”. El mismo Moisés no lo entendió y por eso tampoco él ingresó en la tierra de la libertad (que es tarea, no sólo punto de partida).
Y podríamos seguir. Se trata de palabras fundamentales de la vida y la existencia, que cada quien traduce según su propia ideología, concepciones o pensamientos. Ahora bien, no desconocemos, además, que aunque todos tengamos las palabras, no todos tienen voz (o, más precisamente, la tienen pero es ignorada, o desconocida, o no interpretada). Y es evidente que hay quienes tienen más voz que otros. Y modos de hacerla resonar. Más aún en tiempos de nuevos modos de pronunciarlas, en ámbitos en los cuales muchos somos analfabetos, como es el caso de ciertas redes sociales. No parece sensato ignorar que hay quienes (curiosamente, los poderosos) tienen capacidad de repetición y repercusión, con importante recepción, aunque los receptores crean entender y en realidad las palabras emitidas digan otra cosa, algo que conviene a los emisores. Y valga esto también para palabras como violencia, terrorismo, traición, Estado, verdad y muchas otras. No estaría de más –si pretendemos entender y ser entendidos– intentar ahondar seriamente en el significado de las palabras que se utilizan, caso contrario –caso cotidiano– seguiremos caminando detrás de palabras maravillosas, pero que los manipuladores utilizan en su propio provecho, que es precisamente nuestro perjuicio. Y perjuicio al que nos dirigimos felices y convencidos, detrás de modernos espejitos de colores.
Me cuesta entender
Quizás yo sea de otra época, quizás no hable la misma lengua, o quizás sea algo cultural, no lo sé. Pero lo cierto es que no entiendo.
* No entiendo que a una le digan “asesina, tira-bombas en jardines de infantes” y al día siguiente sea ministra de quien la acusó (y tire bombas –lacrimógenas– a ancianos, mujeres y niños).
* No entiendo que, a un colectivo, sea de gobernadores o legisladores, se lo acuse de nido de ratas y otros improperios, y al día siguiente estos coman de la mano del ofensor.
* No entiendo que alguien insulte, ofenda, agreda, ataque a destajo, y al día siguiente se actúe como si “aquí no ha pasado nada” y se favorezca sumisamente, sin criterios razonables, al agresor.
Y no se trata del perdón, que está entre las palabras mayores. El perdón es otra cosa, es un reencuentro en el que las dos partes, ofensores y ofendidos, reconstruyen puentes que se habían roto. El perdón nunca es unilateral (como no lo es el abrazo), porque el ofensor puede pretenderlo, pero la parte ofendida –habitualmente de modo sensato– puede no querer darlo, o la parte ofendida puede quererlo, pero no lo busca el ofensor. Nada de eso sucede en estos casos. Estamos en un terreno que, para mi mentalidad, es incomprensible. Me resulta, por un lado, una notable falta de dignidad, y por el otro una actitud de sometimiento servil. Notable. Triste. Sado-masoquista, quizás. Enfermo. La Patria está enferma.
La Patria no se vende, el Senado sí
Desde que, hace años, Cristina dijo “la Patria es el otro” (y la otra, acotemos), no puede negarse la hondura y seriedad de la frase. Pero… pero “la dijo Cristina”, y por tanto ¡está mal! Por eso, el macrismo puso en el Centro Cultural Kirchner (entonces renombrado CCK para no llamarlo por su nombre) una frase de Borges que pretendía contrastarla: “Nadie es la patria, pero todos lo somos”. Pero patria es algo colectivo, y ahora vino a imperar el individualismo, por tanto, hay que deshacerla, como topos. La patria no existe, porque “el otro y la otra” no existen. Cada uno debe hacer lo que pueda para sobrevivir, porque no puede esperar que alguien le ponga el hombro.
Pero sigo sin entender. Si alguien se autopercibe topo (entre otras múltiples autopercepciones bastante esotéricas, de Aarón a Moisés, a Gladiador o Terminator), porque su objetivo, casi orgiástico, es acabar con el Estado,
* ¿porqué su amor por los Estados Unidos?
* ¿porqué viaja a una cumbre (G7) de “jefes de Estado”?
* ¿qué le molestaría el dizque intento de “golpe de Estado” que un grupo de manifestantes pacíficos y desarmados estarían provocando?
No deja de ser curioso, para los que nos confesamos cristianos, que para Jesús de Nazaret el máximo adversario de Dios es el dinero, y éste personificado (por eso, cuando Jesús lo menciona lo hace sin artículo: “No se puede servir a Dios y a Dinero –Mammón-”). La propuesta de Jesús radica en el encuentro con el/la otro/a, y es en el encuentro fraterno-sororal donde Dios empieza a reinar. El Dios Dinero quiebra ese encuentro, lo deshace. Cuando se adora a Dinero no hay otro, no hay patria, no hay hermandad… No hay Evangelio (por más que juren por él y que la patria y Dios se lo demanden; simplemente señalo que tanto Kueider como Espínola, por ejemplo, juraron como senadores por la Patria, por Dios y por los Santos Evangelios… Ah, y ¡Milei también!). ¿Se entiende por qué a Jesús lo crucificaron?
(*) Esta columna de Opinión fue publicada originalmente en el portal El Cohete a la Luna