La Iglesia de Paraná inicia el proceso de beatificación de tres laicos

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El martes 7, a las 19,45, en la Iglesia Catedral de Paraná se llevará a cabo la apertura de la fase diocesana de las causas de beatificación y canonización de tres laicos de la arquidiócesis local. Se trata de los Siervos de Dios Carlos Yaryez, Victor Schiavoni y María Cruz López.

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El 8 de mayo de 2023 se conoció la novedad  durante la misa de acción de gracias por los 25 años de ordenación episcopal de Puiggari. En ese ámbito, el canciller de la curia, Hernán Quijano, leyó una comunicación procedente del Dicasterio de las Causas de los Santos del Vaticano que anunciaba el inicio de la causa de beatificación y canonización de los siervos de Dios Carlos Rodolfo Yaryez, fiel laico, Víctor Manuel Schiavoni, alumno del Seminario, y María Cruz López, fiel laica.

La comunicación del Dicasterio para las causas de los santos, fechada el 28 de marzo de 2023, indica que “no existen obstáculos para dar curso a la causa de beatificación y canonización de los mencionados siervos de Dios, y que se procederá según las normas establecidas para las investigaciones diocesanas de las causas de los santos”.

Al fallecer una persona «con fama de santidad», el obispo local y el postulador de la causa piden iniciar el proceso, presentando ante la Santa Sede un informe sobre la vida y virtudes de la persona. La Congregación para las Causas de los Santos examina el informe y dicta el decreto «Nihil obstat», es decir, que no hay impedimento para iniciar los estudios en profundidad. El candidato es llamado Siervo de Dios.

Una vez que se tiene el «Nihil obstat», el obispo diocesano dicta el decreto de Introducción de la Causa del ahora Siervo de Dios.

A nivel diocesano se estudia la vida del siervo de Dios y se prepara un informe con testimonios y pruebas documentales que afirmen que efectivamente vivió como un santo, identificado con Jesús. Este informe, que requiere de años de trabajo, se envía luego al Vaticano para su análisis. Entretanto, el postulador de la causa difunde su devoción privada, de modo que se haga más conocida su figura.

La Santa Sede analiza los documentos presentados por el tribunal local y, si es el caso, declara que el candidato es venerable. Es decir, que vivió y practicó las virtudes cristianas en grado heroico: las cuatro virtudes cardinales (justicia, templanza, fortaleza y prudencia) y las tres teologales (caridad, fe y esperanza).

Para la beatificación de una persona cristiana, además de las virtudes heroicas, se requiere un milagro obtenido a través de su intercesión y verificado.

Las beatificaciones las realizaba generalmente en Papa, en la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Pero desde octubre del año 2005, bajo el papado de Benedicto XVI, la Congregación para las Causas de los Santos dispuso para las ceremonias de beatificación la celebración en la diócesis que haya promovido la causa y, eventualmente, la realización en Roma.

Con la canonización, al beato le corresponde el título de santo. Para llegar a esto, hace falta otro milagro, ocurrido después de su beatificación. Al igual que ocurre en el proceso de beatificación, el martirio no requiere habitualmente un milagro. Esta canonización la hace el Papa en la basílica de San Pedro o en la plaza de San Pedro del Vaticano. En el caso del papa Juan Pablo II, las canonizaciones las realizaba en el país de origen del beato a canonizar durante sus viajes pontificios por el mundo. Mediante la canonización se concede el culto público en la Iglesia católica. Se le asigna un día de fiesta y se le pueden dedicar iglesias y santuarios.

Cuando Víctor Schiavoni llegó al Seminario tuvo como guía espiritual al cura Fernando Ezcurra, hermano de Alerto Ezcurra, el más cerrado integrista que fue un acérrimo opositor a la llegada de Esetanislao Estaban Karlic al frente de la Iglesia de Paraná. Cuando Karlic corrió a los hermanos Ezcurra del equipo de formadores del Seminario, en el invierno de 1985, al día siguiente aparecieron pintadas agresivas en las paredes de la casa de formación sacerdotal muy críticas del actual cardenal.

Su sueño era ser sacerdote. Pero llegó hasta quinto año de la secundaria como pupilo en el Seminario. El 8 de mayo de 1995, durante una visita a la Virgen de Luján, apareció la primera señal de alarma. El 25 de mayo volvió de visita a Lucas y lo convencieron de ir al médico. No le encontraron nada particular. Volvió a Paraná. Falleció el 7 de septiembre de ese año. Tenía leucemia.

Victor Schiavoni, hijo de Víctor, de oficio ladrillero, hermano de cuatro -tres hermanos que viven en Río Grande, Tierra del Fuego, una hermana que permanece en Entre Ríos-, fue un chico de misa y asistencia casi perfecta a la iglesia. Nació en la zona rural de Lucas González -a una legua del pueblo, dirá su tía Graciela- pero asistió a la primaria en el Colegio Castro Barros San José de las Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas, la misma congregación que denunciaría al cura Juan Diego Escobar Gaviria por abusos en la casa parroquial de la iglesia San Lucas Evangelista.

A los 14 años quiso mudarse a Paraná: se mudó a Paraná y completó el secundario como pupilo en el internado del Seminario Nuestra Señora del Cenáculo, en la zona del Brete: estuvo en el «Menor», como se lo conoció. No llegó a completar los estudios en el Seminario Mayor, y ordenarse sacerdote. Murió el 7 de septiembre de 1995. Tenía 17 años. Una leucemia feroz acabó con su vida en cuatro meses: le habían detectado la enfermedad en mayo de 1995.  Entonces había empezado una rara devoción en el Seminario: los religiosos creían en la existencia de un halo de santidad en Víctor. Lo decían por el modo cómo sobrellevó la enfermedad.

La enfermedad consumió su vida en pocos meses. Esos meses estuvo prácticamente aislado en una habitación del Seminario a la que tenían acceso sólo un puñado de sacerdotes. Ninguno de los compañeros de entonces -los primeros 90- pensaban en su faceta de santidad. Lo venían como un chico normal, algo retraído quizá, pero no más que eso. Pero en aquellos meses previos a su muerte empezó a escribirse la historia sobre la incipiente santidad de Víctor Schiavoni.

Carlos “Rofy” Yaryez, cuenta el sitio Catolicus, “fue un joven enamorado de Jesús que, de la mano de María, quiso ser coherente con el mensaje del Señor. Comenzó a caminar en la fe con grupos de jóvenes que profundizaban en el estudio de la Doctrina Social de la Iglesia y la participación en retiros espirituales ignacianos. Luego fue cimentando su pertenencia eclesial desde la Acción Católica, la cual lo formó tanto doctrinal como espiritualmente”.

Y agrega: «Hizo lo que todo joven normal haría: tenía novia, estudiaba (Ingeniería Electromecánica) y vivía con intensidad la amistad. Pero, al decir de su novia Sandra, `lo cotidiano lo vivía en una forma extraordinaria porque lo vivía de la mano de Dios`. Uno de sus amigos, Juan Pablo, recuerda que `él siempre estaba atento a quién necesitaba alguna palabra o compartir una oración en ese momento. Hacía su apostolado de esa manera`. En plena juventud, lleno de proyectos y esperanza para su vida que estaba comenzando, le diagnostican Leucemia. `Carlos vivió su enfermedad de una forma de entrega total a la voluntad de Dios`, nos cuenta la que era su novia, Sandra. Cuando fue pasando el tiempo y Sandra se cuestionaba sobre la voluntad de Dios en el sufrimiento de su novio… sufrimiento que era `inexplicable` porque ellos vivían su fe con intensidad, incluido un santo noviazgo”.

María de la Cruz López nació en Paraná el 24 de noviembre de 1986. Inició sus estudios primarios en el Instituto Cristo Redentor y los completó en la Escuela Primaria Nuestra Señora de Luján. A los 14 se sumó al Movimiento Misionero Claretiano de la capilla San Francisco Javier. Siguió trabajando en distintos grupos parroquiales hasta que le diagnosticaron leucemia.

Un perfil que de ella publica el Arzobispado de Paraná dice que “ofreció su enfermedad especialmente por la unidad de su curso (venía compartiendo los últimos años del secundario con un curso difícil, desunido, con muchos problemas de conducta). Con el pasar de las semanas, luego del inicio del tratamiento, el diagnóstico empeora”. Y agrega que “aún internada, mantuvo fiel su espíritu de servicio, pensando cómo ayudar a quienes también estaban internados y acompañando a todos en oración”,

En 2005 se somete a un transplante de médula ósea y “comienza una relación de noviazgo (relación marcada por opciones cristianas, como la virginidad) y retoma sus actividades en el grupo parroquial”, completa su biografía el Arzobispado, pero en 2005 vuelven a aparecer indicios de su enfermedad. En febrero de 2006 recibe la peor noticia: no se había curado de la leucemia. Aún así, se inscribe en la Licenciatura en Ciencia Política en la UCA. María Cruz López fallece el 2 de junio de 2006. (Fuente: EntreRios Ahora)